Todos
los años me detengo a reflexionar y hacer memoria de lo que he vivido,
he escuchado, he leído y entendido. Todos los años hago memoria
histórica para no olvidar.
Cuando era una niña de 6 años me recuerdo
que escuchaba hablar de Monseñor Romero, de las marchas que realizaba
el pueblo para conmemorar su vida, sus acciones, su doctrina, pero no
entendía quién era y preguntaba a mis padres ¿Quién es Monseñor
Romero? Ellos que habían escuchado las
homilías y participado en las concentraciones realizadas en su
memoria me explicaban sobre todo el contexto político de la realidad,
pues había dado inicio el conflicto armado que se prolongó por 12
años.
Monseñor Romero símbolo de la unidad y de la esperanza del
pueblo, habló por el pueblo que no tenía voz. Denunció numerosas
violaciones de los derechos humanos y expresó solidaridad hacia las víctimas de la violencia política del
país. Poco a poco fui entendiendo y conociendo a Monseñor
Romero.
Conocí sus asesinos que quisieron callar su voz. Matando el
cuerpo, logrando quitarlo físicamente pero no su espiritualidad
que quedó marcada en el pueblo oprimido. En el caminar de mi vida he
conocido el intento del imperio económico y político, y de la oligarquía salvadoreña de desfigurar la imagen de Monseñor Romero engañando al pueblo a través de la domesticación en las escuelas, medios de comunicación.
Se utilizó la religión como instrumento estratégico para lograrlo.
¡¡¡Pobre
de los líderes religiosos que se prestan a este manipuleo por
intereses personales o por miedo a tener problema con los oligarcas del
país!!!
Junto a
la figura de Monseñor Romero reflexione sobre otros mártires de El
Salvador: sacerdotes, monjas, catequistas y líderes comunitarios que
dieron la
vida por luchar contra la injusticia y por buscar la igualdad. Cabe
mencionar también las grandes masacres como: Sumpul, Mozote, El
Calabozo, Las Cuevas, Copapayo, etc. donde murieron más de 70,000
personas entre niños, mujeres, ancianos a lo largo y ancho del país,
realizados por la policía y la guardia nacional. Cada día la luz de
Monseñor Romero y de los mártires de El Salvador ha crecido, ha
iluminado el caminar de los que luchan por la justicia y la paz
social. Los salvadoreños que hemos tenido el privilegio de tener un
profeta, el Santo de América que dio su vida por amor, tenemos la
responsabilidad de transmitir a las nuevas generaciones la historia
verdadera. No hay amor más grande que dar la vida por los amigos (Juan 15, 13)
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